Reseña

Ignacio Padilla

En diciembre, Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, organizó junto con el Instituto Cervantes de Madrid y el Instituto de México, un homenaje a Ignacio Padilla, muerto en un accidente de trafico hace dos años. Páginas de Espuma acababa de publicar «Micropedia», una tetralogía que, bajo al edición de Jorge Volpi, dan forma a un universo asombroso y único que, en palabras de Juan Casamayor, «es una de las cumbres del cuento en español«: «Las antípodas y el siglo», «Los reflejos y la escarcha», «El androide y las quimeras» y «Lo volátil y las fauces», este último inédito. Además, en el estuche se incluye un cuadernillo con textos sobre Ignacio Padilla escritos por amigos y escritores que lo leyeron y le conocieron, como Alberto Chimal, Santiago Gamboa, Fernando Iwasaki, Andrés Neuman, Edmundo Paz Soldán o Cristina Rivera Garza, entre otros. Una auténtica joya.

El homenaje fue emocionante y, sobre todo, impregnó a todos los asistentes de la esencia de Ignacio Padilla, de su personalidad extraordinaria, de su obra única, del dolor de sus amigos, de la admiración, del desastre que fue ese accidente que nos privó de él. Abrió el acto Luis García Montero e intervinieron Juan Casamayor, Fernando Iwasaki, Juan Carlos Méndez Guédez, Ana Pellicer y Jorge Volpi, moderados por Raquel Caleya.

Al día siguiente hablé con Juan Casamayor y le confesé un asunto que me avergonzaba: «Juan, no he leído a Ignacio Padilla», y él me contestó «Pues es hora, entonces».

He empezado por «Las antípodas y el siglo» y me faltan palabras para describir la sensación de entrar en el universo de Ignacio Padilla, la imaginación, la exuberancia, la forma de narrar y de arrastrarte por las páginas como sus personajes se arrastran por desiertos o paisajes desbordados, la falta de aire al terminar cada relato, la alegría, la sensación de plenitud y de emoción. Solo sé que esta puerta que me ha abierto Juan Casamayor ya no se va a cerrar (como tantas otras que me ha abierto, por cierto).

Un hombre que reconstruye en el desierto su ciudad amada, Edimburgo, con sus calles y su castillo, ante la imposibilidad de volver; la lucha contra la muerte y la forma de vencerla de los nativos de Saint Martin que «habrían preferido olvidar la muerte» o «asimilarla hasta apropiársela con un vigor sobrehumano«; la historia del hombre que «concibió la idea de conquistar el Everest mientras agonizaba en un hospital«; la importancia de reconocer y poseer un Hutchinson-Van Neuvel en la batalla; la terrible venganza que infligieron los habitantes de Salisbury al coronel Eyengton, el tedio y el tiempo; la historia del peor sastre del Raj Británico y la convicción de que «el verdadero heroísmo emerge por fuerza en el inmenso trecho que media entre el valor y el absurdo«; el combate entre un santo y el demonio que habitan la misma persona; el paraíso clausurado del psiquiátrico del doctor Talbot, donde la locura no era sino una virtud o una forma de vida; los erilios, con su rastro de harina y humanidad; o la imagen de Lord Gronoham muriéndose de frío mientras abrazaba una litografía de Durero.

El universo de Ignacio Padilla está lleno de mundos extraños que explican el nuestro, de locos en los que nos reconocemos, de viajeros que envidiamos, de muertes soñadas, de gritos, de pasión, de amor. Para mí ha sido un gran descubrimiento. Voy a intentar recuperar el tiempo y dejarme llevar.

Poco puedo aportar yo después de lo que cuentan todos sus amigos y los escritores que le homenajean en esta magnífica «Micropedia». Solo quería compartir, como lector, con vosotros, la experiencia, la alegría, el disfrute, la emoción, por si queréis seguir mis pasos y lanzaros a devorar las páginas que escribió Ignacio Padilla.

Nos os arrepentiréis.

 

 

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